Opinión
Una candidatura desencerada
1 abr 2022
Muchos interrogantes y pocas luces. Si el Comité Olímpico Español (COE) y los Gobiernos de España, Aragón y Cataluña al final logran presentar una candidatura real para acoger los Juegos Olímpicos de Invierno en 2030 será el turno de preguntarse cuál es el objetivo real de la candidatura.
Es obligatorio plantearse cual es foco de un proyecto de este tipo y si, realmente, en España hay una estratégica para el sector del deporte. Una candidatura olímpica debe ser uno de los pilares para hacer crecer el negocio del deporte: debe ser el camino, pero no un objetivo.
En un momento en el que la práctica deportiva ha tomado una relevancia importante en el tiempo del consumidor, España debe preguntarse si realmente, más allá del fútbol, quiere ser una potencia deportiva. Si es así, hay muchos puntos qué tratar, empezando por una Ley del Deporte que dé soluciones verdaderas al negocio del deporte, que implicaría, por ejemplo impulsar nuevos beneficios fiscales al patrocinio.
También es obligatorio preguntarse si hay una apuesta verdadera por el Pirineo y por convertirlo en un polo turístico y si realmente se ha implementado estrategia alguna en el sector de la nieve, con unas infraestructuras castigadas por el Covid-19 y con alta dependencia de la administración. ¿Realmente España puede convertirse en una potencia de nieve? Hasta hace muy pocos años, poco o nada se ha creído en dichos deportes, que tienen unas federaciones con presupuestos modestos en comparación con otros rivales de escala mundial.
¿Realmente España puede convertirse en una potencia de nieve?
El deporte es mediático y albergar otros Juegos pondrá el país en el centro del mapa geopolítico mundial. Pero tener un escaparate de este tipo, también conlleva sus riesgos en un evento de tal dificultad.
De momento, la imagen que está dando España para organizar unos Juegos es caótica: presentar una candidatura pasa en primer lugar por solucionar muchas diferencias políticas. Pero lo más preocupante es tener que trasladar algunas competiciones fuera de los Pirineos. ¿De verdad que la imagen que se quiere dar es de unas montañas en las que no se puede hacer saltos de esquí? ¿Tiene sentido olvidarse de Andorra y del sur de Francia con el capital que podrían aportar a la candidatura? ¿Tiene sentido querer albergar unos Juegos, pero no realizar nuevas inversiones en infraestructuras? ¿Se podrá hacer una candidatura sostenible y conseguir una imagen de país verde con el pobre desarrollo que tiene España en energías alternativas?
Sobre todo, son preguntas que surgen en una candidatura en la que en lo que menos se piensa es en la política deportiva, en un contexto en el que no se coincide ni el nombre de la candidatura. Si no hay acuerdo para un nombre, menos lo habrá cuando se pongan los presupuestos encima de la mesa.
Entre los sabios del sector no sólo hay cierta añoranza del ambiente política e institucional que permitió en si día hacer realidad el sueño de Barcelona 92. También se echa en falta sustancia en los planteamientos y un discurso sólido de qué rol debe jugar el deporte en la economía y la sociedad.
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